sábado, 29 de mayo de 2010

Adicción.


Nunca debí haber nacido; soy adicta a la vida. No he pensado en dejar el vicio, y si acaso me preguntaran cuándo pienso salir de las drogas del existir, diría que jamás me arriesgaría a dejar de consumirla todos los días y si ha de estar cerca la muerte –quien frenara mi único consumo constante- , trataré de evadir su cura de silencio y quietud. Claro, siempre vienen los efectos secundarios, como la pena, el fracaso, la rabia y a veces, el sólo hecho de quedar abandonada en un rincón esperando por algo que no llegará, así; con los ojos rojizos y el cabello desordenado por mis manos deseosas de ya no tocar el simple vacío del aire que viene y va. Por supuesto que no todo era doloroso efecto, porque venían esas pequeñas dosis en donde me veía florecer por la euforia y la felicidad, algo transitorio, que me causaba más y más ganas de consumir vida, anudar momentos gratos, hasta llegar al momento culmine del regocijo. Así me paso el tiempo, caminando, ideando sueños, deleitándome de pequeños detallas, movida por esta libertad de consumir lo único que nadie me ha querido arrebatar nunca –por ahora-; mi vida.