sábado, 30 de mayo de 2009

Un sabado (Uno de tantos) con Paulina


Pensé que no tendría nada que hacer esta tarde, si hubiese sido así, mi cama me acogería hasta abrazar mi alma cansada. Por suerte vino mi amada amiga Paulina. Cuando entró en mi habitación, como me siempre me sorprendió con las manos en la plancha, y yo peinando mi pelo con el afán de dejarlo liso, tan plano, que simulara la imagen de una peluca de cabello natural, ya muerta, esperando un uso necesario. La diferencia es que a mis mechas les sobra vida, se juntan en grupos enormes, perturbadas por el aire bailan desde una raíz hasta tocar mi cara, y al final, alisar y alisar mi cabello, no sirve de mucho, termino ondulada, dejando pequeñas señas de mechas simétricas tratando de aplanar lo irreversible. Una carcajada interrumpe la dedicación a mi cabellera, cuando mi papá se dirige al patio y repite la frase que ya memorice, "Cuando te pongas vieja, quedaras pelada", esa oración pone una risita que se transmite por mis ojos más que por la misma boca... No es impuntualidad, ya es costumbre, cada vez que Paulina llega a casa, siempre me sorprende en lo mismo, luchando por un liso extremo o mirándome al espejo mientras delineo mis ojos con un negro intenso y penetrante. Reclama mi calma para hacer las cosas, se sienta en un sillón esperando impaciente a que esté lista, miro su expresión, sus brazos cruzados indican cierta molestia por mi demora. Parece el fragmento de una obra de teatro, siempre la misma escena; ella sentada en un sillón, y yo en otro sillón poniendo atención a cada palabra y tratando de apurar mi eterno arreglo. Cuando ya estaba lista, tomaba mi cartera y la llenaba de objetos que ni siquiera ocuparía, Paulina sólo me pedía que le llevara un cable delgado, ella nunca sale con cartera o bolso, lleva lo necesario en los bolsillos de su pantalón, en cambio yo, llevo lo innecesario en una enorme cartera de charol, lo único útil que siempre se pierde entre tantos objetos, es un buen libro, para mi es vital estar rodeada de letras, y para mi amiga es vital andar con sus audífonos en las orejas y perderse en melodías que se meten hasta llegar a su corazón.
Fuimos de compras, Paulina ponía en mis manos gran cantidad de prendas, buscaba algo de mi talla en los colgadores, y yo, exigente ante la ropa, criticaba los bolsillos o aborrecía el color demasiado claro de los jeans. Paulina tiene una paciencia admirable a la hora de acompañarme a cualquier tienda. No sé cual es el problema, si mis caderas o mis muslos, la cuestión es que curvas anchas se marcan en esas zonas, eso implica, tomar un par de pinzas y tratar de escoger un pantalón afortunado de cubrir mis medidas imperfectas. Entre a un probador cubierto de una luz amarilla, al frente de la puerta un espejo más grande que yo, y en un rincón solitario, un asiento débil en su posición apartada. Hice mil esfuerzos para no caer, en el intento de subir esos pantalones tensos en su primer uso, me iba de un lado a otro, todo se caía al piso sin sutileza, mi amiga me gritaba tras la puerta "Estúpida, ¡Deja de azotarte!", y su tono de broma me hace tanto reír (siempre). Hasta que al fin encontré la prenda correcta, después de interminable minutos de subir y bajar pantalones, sofocada por el calor que produce el apuro. Habrán sido dos horas ¿O más?, qué importa, las horas son cortas cuando caminamos por los pasillos hablando de la nada, de la vida y de los hombres... Y salimos de ese núcleo estafador, felices de encontrar algo útil y capaz de cubrir desde el sexo hasta los talones, y yo, con una bolsa colgada de mis dedos, en realidad, la bolsa parecía una manzana plástica, era verde, exactamente como esas manzanas a las que se les aplica sal por todos lados.
Tomamos helado, con base de yogur (¿Qué ingredientes mezclarán mañana?), yo de frambuesa, ella de chirimoya, es mucha la diferencia, pero al fin y al cabo ambos son helados, es como la comparación, yo vestida de negro, ella vestida de colores cálidos como el otoño, y formamos una sola gama de colores, al fin y al cabo, somos amigas. Cómo es posible, es raro y gracioso a la vez, Paulina me dió su cono vacío, no sé por qué no le gusta, pero a mí sí, en gustos no hay nada escrito, y es lo mismo en el caso de los hombres, a ella le gustan los de piel morena y corazón de oro, yo no veo apariencias en ellos, sólo pido un alma dolida difícil de sujetar entre los brazos, para luchas hasta el cansancio.
Ahora es su turno. Le costó decidir, tenía miedo de ver parte de su cabello largo y liso derramado por las baldosas blancas. Demoró todo el consumo del helado, y al fin dejo escapar un "Sí" en tono inseguro. Y tomada su decisión, entramos a la peluquería, habló con un hombre con gestos afeminados, me senté en una silla, y de mi cartera saqué un libro grueso y plastificado, como si nunca sido explorado por tantas manos y ojos en suspenso, no podía despegar la vista de cada página cubierta de letras, todas unidas a un sentido mágico. La esperé, mientras mi imaginación rodaba una película improvisada. Tantos espejos me confundían, no podía ver como las tijeras dejaban al descubierto parte de su espalda. Cuando nos marchamos, se quejaba de su corte como si hubiese perdido todo el cabello, pero yo sé que le crecerá pronto, y de nuevo su cintura quedará oculta tras su pelo.
Avanzamos por la calle fría, un poco de niebla se denotaba por la iluminación de los focos nocturnos. Tomamos un colectivo, Paulina estaba molesta por el alto precio del pasaje, y yo pensaba, "Antes era mucho más barato viajar distancias cortas, pero ahora, todo sube, el dinero se hace dueño del país, del mundo y de los bolsillos hambrientos de billetes, pero ¿Qué se puede hacer? (...). Lo bueno de los colectivos es que tienen espacios limitados. Si cada transporte tuviera un asiento reservado para cada persona, se anularía un poco la impuntualidad o el cansancio, pero es imposible... ¿Quién nunca ha sido aplastado en el injusto transporte público? (...) y ¿Qué taxímetro no corre con voracidad? (...)". En el trayecto de vuelta a casa, comentamos muchas situaciones, de repente le dije que estaba molesta, que tenía mucha rabia, me pidió que le dijera por qué, y comenzé a hablar sin detenerme, mencioné la molestia que tenía con "Todo el mundo", le dije la rabia que sentía con el egoísmo de la gente, siempre es así, primero ellos, segundo ellos, tercero ellos, pero así es; si no hubiera individualismo, no tendríamos un futuro propio, pero hace falta que ciertos individuos nos den un poco de su suerte alguna que otra vez, no es mucho pedir. Lo peor es que la gente abusa de mi ingenuidad y mi capacidad de dibujar una sonrisa en mi cara aunque el dolor me supere, por eso la mayoría hace comentarios sin pensar en que me dolerá, que en el fondo se clavará una espina infectada de rabia u odio, o cualquier sentimiento que se pinte negativo ante la sociedad. No sé que pasa, pero este último tiempo todo ha fallado con "Los cercanos", le dije, ¿Tú crees que debería ser menos generosa con las personas?", y me respondió, "Si así te pagan...". No necesito grandes consejos que me hagan sentir más débil, la honestidad de Paulina le da firmeza a mis palabras, lo mejor es que sabe escuchar, nunca me interrumpe cuando describo un exceso de injusticias, al final me dice "Te entiendo" y con eso es suficiente, con eso alivia el grito de rabia que retumba en mi interior. Me dice que no esté triste, me mira a los ojos como adivinando que la pena es más grande que yo, y cuando la miro a los ojos, se nota su preocupación por mí, es la única que de verdad se planta en mi lugar y ocupa palabras simples y sutiles para calmar mi repentina angustia...
Después de un viaje en colectivo, nos bajamos, pusimos los pies en el cemento y no dirigimos a un local con computadores en cada rincón, ocupamos un equipo cada una, y el servicio aquel, corre como taxímetro, pero mucho más moderno, y pensar que en otros países la internet es ¿Gratis?, o al menos cuesta menos pagarla, en fin, se debe amar al país con sus defectos y virtudes (no puedo dejar de mencionar que amo a mi país), es lo mismo con las personas, defectos y virtudes, sentimientos de por medio... Casi 45 minutos navegando por la web, de página en página. Lo malo del internet, es que nos acusa y delata a todos sin darnos cuenta, lo bueno, es que descubrimos montones de verdades sin hacer muchos esfuerzos. Ese fue el problema, leí lo que no quería aceptar, la verdad en grandes cantidades hiere cuando es una cruda realidad, no fue novedad, un hombre (uno más) me rompió el corazón, sin darse cuenta de sus actos inconscientemente dañinos, ya no es novedad, me toman y me dejan. La indiferencia duele más que cualquier explicación que agrave la falta. Recordé una frase que Paulina me dijo antes de entrar en la peluquería "A veces las cosas que hacen mal, hay que dejarlas ir...", y me llené de dudas, tiene razón, al parecer, es mejor dejar de rogar por su amor, sentirlo en silencio y esperar a que vuelva por este corazón, si no lo hace, es porque nunca acepto tomar mi corazón en sus manos. No quiero darle más vueltas al asunto, por ahora...
Camino a casa, le comenté lo ocurrido, me dio ánimos, y de igual modo mis ojos se llenaron de una pena inevitable, "¡Tengo mucha rabia!", le dije con un tono cubierto más de pena que de rabia, ella me contestó "Son tan raros los hombres...", y seguimos tratando de buscar una explicación para tanta desdicha. Un frío se apoderaba del ambiente, corrimos para no congelarnos, cuando entramos a casa, tomamos un café, comimos una que otra cosa para quitar el hambre, las palabras iban y venían. El próximo fin de semana, seguiremos cultivando nuestra amistad, saldremos por ahí, reiremos de cosas simples y hablaremos de hechos y deshechos

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